jueves, 28 de octubre de 2010

QUE ME PERDONE LA CIENCIA (Claudio Martínez paiva)


Estoy sólito en mi rancho
Me he quedado solo en mi casa,
Ladran los perros afuera
Como si vieran fantasmas
Y alumbran mi pensamiento
Candiles de luces malas
Álijones de pájaros negros
Le ponen luto a mi alma.

Y es tan grande el sentimiento
Que llevo dentro de mi alma
Que no lo dicen las cosas,
Ni lo explican las palabras.

Ocho años tenía… ocho años
El pobre hijito de mi alma
Que despertó una mañana
Con los ojos encendidos
Y el cuerpecito echando llamas.

Me muero nana, decía
Me muero tata, gritaba
Siento una sed de martirio
Siento un fuego que me abraza.

Bese el cachorro en la frente
Y lo deje sobre la cama
Y volé, volé en mi caballo, siete leguas,
Siete leguas de distancia
Siete puñales de punta
Metidos en mi garganta
Y el grito de mi hijo adentro,
Agua nana, agua tata.

Le expliqué al doctor el caso
Y se acomodó en su butaca
Me miro de arriba abajo
Y me dijo:

¡Señor lo siento mucho!
Pero la senda que va a ese rancho
Es muy mala y me va a estropear el auto.
El médico no venía… el médico no venía
No porque fuera mala la senda que va a mi rancho
Si no porque no tenía con que pagarle a la ciencia.
Siete leguas, siete leguas de distancia
Ahí comprendí yo, entonces
Que la ciencia, no es tan ciencia
Cuando no tiene conciencia.

¡Porque en esos mismos caminos
Por donde muchos médicos no andan,
Cruza a galopes la muerte
Y va y viene la desgracia!


Me ordenó que le comprara
Al pasar por la botica
Un frasco de limonada
Y trajera a mi enfermo
Cuando la fiebre pasara.

Yo regrese a mi rancho
Igual que regresaría todo padre
En iguales circunstancias
El corazón en los labios
Y la tristeza en el alma

La fiebre, duro poquito
La fiebre duró poquito
Y se me fue una mañana
Entre el canto de zarzales
Y el suave aclarar del alba.

Yo abrazaba a mi hijo, lo besaba
Así se me fue mi hijo
Así murió mi hijito
Con la frente, muy helada
Y yo sin voz ni dinero
Parado junto a mi casa.

Así… así la tierra lo aguarda
Con las manos sobre el pecho
Acuñando mi desgracia
Sin vida su cuerpecito
Ya de la fiebre descansa.

Estoy, sólito en mi rancho
me he quedado solo en mi casa,
ladran los perros afuera
Como si vieran fantasmas
Y alumbran mi pensamiento
Candiles de luces malas,
Y al filo de media noche
Mi cuchillo cabo de plata
La única plata del pobre
Que no le sirve pa´ nada
Y medito mi venganza
Y por eso grito al mundo
Que me perdone la ciencia,
No me culpen si mañana,
Me gritan que soy bandido.
O un mal hombre sin entrañas,
Nací buey y me hacen puma
Soy cordero y me ponen garras.

¡Dios! ¡Dios! Todo poderoso
has que despunte el alba
y arranca de mi pecho
este grito, este grito que me mata:
agua nana, agua..  agua tata.

LA CAIDA DE LAS HOJAS (MARCOS RAFAEL BLANCO BELMONTE)

¡Matrimonio feliz! miran dichosos 
correr por el jardín a sus dos hijos, 
son de plata sus risas infantiles 
y son de oro sus rizos 
que vuelan agitados por los aires. 

Descansan, luego un grito provocador 
y el juego se reanuda 
con más entusiasmo y más ahínco. 
Algunas veces el uno en brazos del otro cae. 
¡Cómo se quieren los dos niños! 

Ella es fresca, robusta y apiñonada, 
él, es un tanto pálido y raquítico, 
pero ambos son iguales en amarse, 
iguales en su eterno regocijo, 
iguales en bondad y hermosura, 
iguales en espíritu. 

Una mañana, cuando alegres ambos correteaban, 
fueron sorprendidos por una extraña visita, 
era un lejano tío, médico de gran fama, 
que al llamado del padre fue solícito, 
porque le despertaban sobresaltos, 
la delicada complexión del niño. 

El médico lo toma entre sus brazos, 
lo examina, lo ausculta 
y sus carrillos besando con ternura 
lo autoriza a continuar el juego interrumpido. 

Jugaban a ocultarse, 
la hermanita había hecho en la alcoba su escondrijo 
y en tanto su hermanito la buscaba, 
ella escuchó el pronóstico del tío. 

-Amarga es la verdad 
y me lastima tener que decirla, 
pero es preciso, 
este dulce calor de primavera 
defiende su organismo, 
le hace bien el aroma de las flores 
y de los ramajes el oxígeno, 
¡Ah! pero a la caída de las hojas 
cuando esos tilos 
la calzada alfombren de hojas secas, 
tened resignación, morirá el niño! 

Pasó la jubilante primavera, 
pasó el fecundo y caluroso estío, 
a las primeras rachas otoñales 
aquel ser enfermizo 
demostró que el doctor no se engañaba, 
fue perdiendo los bríos para jugar, 
mostrando desaliento, 
al comer era nulo su apetito, 
y una triste mañana 
ya su lecho abandonar no quiso. 

Los padres permanecen largas horas 
contemplando a su pálido enfermito, 
que es el ser de su ser, 
que es toda su alma. 
¿Toda? ¿ Y la niña? 

El otro ser querido 
que adora con pasión al dulce hermano, 
¿Qué es de su alma de niña, lo mas íntimo? 

A este recuerdo se preguntaron ambos 
¿Dónde está la niña? ¿Dónde se ha ido? 
que no acude a las voces del enfermo 
que la extraña y la llama casi a gritos? 

Va la madre en su busca 
y la encuentra vagando en el jardín 
bajo los tilos, 
en los troncos apoya una escalera, 
y con el rostro abatido, pero con el paso firme 
sube y baja de ella, 
lleva un hilo en la mano derecha y una aguja 
y con afán solícito, va ensartando las hojas 
que del otoño al ósculo han caído, 
y los vuelve a ensartar en los ramajes. 

Desde que amaneció venciendo el frío, 
se entregó a su labor, 
el jardinero que asombrado la vio, 
nada le dijo, 
pero la madre al verle le pregunta: 
-¿Qué hace mi bien querido? 
y la niña angustiada le responde: 
-Oí lo que una vez dijo mi tío, 
ya empieza la caída de las hojas.. 
ayúdame mamá, yo te lo pido, 
que no se alfombre de hojas la calzada 
para que no se muera mi hermanito.

EL MATRICIDA (Efraín Alatriste Nava)

Sobre el banquillo gris, del acusado,
se encuentra un hombre de mirar perdido
y de ver su semblante entristecido
el corazón se siente apesarado.

Hundida entre las manos la cabeza
y sumido en el mar de sus sollozos
ante la ley brutal y los curiosos
que mofándose están de su tristeza.

Grave y sereno el juez; fruncido el seño
impasible se encuentra en el estrado
sin embargo en la faz del magistrado,
se adivina un pesar jamás domeño.

El turno es del fiscal; con voz de trueno
ante la turba hostil de odio cegada
lanza su acusación de hiel cargada
cual lanza la serpiente su veneno.

¡Ahí lo tenéis señores es la bestia!
el hombre sin entrañas el ladino
el ser más despreciable ¡el asesino!
que priva de la vida sin molestia.

¡Es un chacal! malvado y truculento,
un ente sin piedad ¡un MATRICIDA!
quien con sus garras arrancó la vida
de la mujer que le brindo el sustento.

De la mujer que lo veló de niño,
de la mujer que lo forjó en su sangre,
de esa mujer que como toda madre
le arrulló alguna vez en su corpiño.

Y cómo le pagó ¡qué cruel delito!
que injusticia sin par… que cobardía
arrancarle la vida en forma impía
señores este ser ¡es un maldito!

Es un chacal y al condenarlo en suerte
que se cumpla la ley en su persona
y si Dios su pecado le perdona
¡Que la justicia le condene a muerte!

Calló el fiscal; la turba enardecida
con rugido feroz gritó al momento
¡Muera, muera; pero antes al tormento!
¡Que muera el indeseable matricida!

Habla por fin el juez desde su estrado
imponiendo silencio al ruido hecho
y dice: todo ser tiene derecho
que hable sobre el asunto el acusado.

Anegados los ojos por el llanto
la faz ajada… hirsuta la cabeza
jamás he visto tan fatal tristeza,
jamás he visto sufrimiento tanto.

… ¡Yo soy el asesino la he matado!
y lo juro ante Dios… ¡no me arrepiento!
si por ello me aplican cruel tormento
por su dicha lo doy por bien empleado.

Más mienten los que dicen que con saña
a mi madre maté, ¡miente la plebe!
yo la maté sin el dolor más leve
la maté con amor, y así no daña.

La maté con ternura, suavemente
… se extinguió su existencia tormentosa
cual leve palpitar de mariposa
y abandonó la vida… dulcemente.

Dulcemente murió, ¡cuánto la quise!
difícil es medir lo que es cariño
maté a quien me arrulló cuando era niño
sin embargo es amor; porque lo hice.

Cuántos de los hipócritas humanos
a quien yo supliqué pidiendo ayuda
hoy me escarnecen con terrible duda
¡y todavía pretenden ser cristianos!

Cómo sufrió mi madre ¡pobrecita!
con atroces dolores en el pecho
implorándole a Dios desde su lecho
¡sufriendo aquella enfermedad maldita!

¡Jamás he de olvidar aquella noche!
en que gritando de dolor me dijo
¡Mátame por piedad, mátame hijo!
y no esperes de mi alma ni un reproche.

Yo bendigo tu mano hijo de mi alma,
¡Mátame ya!… y dame sepultura
yo bien sé que mi mal no tiene cura,
¡Mátame por piedad!… dame la calma.

Y ese grito salvaje y lastimero,
que anhelaba la muerte suplicante
taladraba mi alma a cada instante
¡Mátame hijo! ¿Dios mío por qué no muero?

Y se ofuscó la luz de mi conciencia,
y dejé de ser hijo… ¡fui verdugo!
y le arranqué del sufrimiento el yugo
yo le quité señores ¡la existencia!

Lo demás ya lo saben; qué tortura
¡ya no soporto del dolor el peso!
y aquí me encuentro ante vosotros preso
y es mi única pasión la sepultura.

Mas no es la ley quien deberá juzgarme,
aunque sí soy culpable de eutanasia
no se van a reír de mi desgracia
¡No lo harán! porque yo ¡voy a matarme!

Una daga sacó de la cintura
que en el pecho clavóse con violencia
al cielo suplicó ¡Señor… clemencia!
y se borró en su rostro la amargura.

Y así termina la existencia agita
de un hombre que de amor es ¡MATRICIDA!
y deja en los anales de la vida
¡UNA HISTORIA DE AMOR CON SANGRE ESCRITA!

Colección De Mejores Poesías Para Declamar


A Continuación Se Muestra Un Pequeño Conjunto De Poesías, Que Basado En Mi Experiencia, Como Declamador De La Universidad Autónoma De Sinaloa, Son De Los Mejores Para Conjugarlos Con La Expresión Corporal Y Dar Vida A La Declamación






ANTE LA TUMBA DE UN MAESTRO (Fidencio Escamilla Cervantes)


Maestro, escucha un momento mis palabras,
Haz a un lado el gis que te agiganta,
Cierra el libro con el cual nos hablas
Y escucha, maestro:
Estas manos, que antes eran vanas,
No sabían de escuelas, no sabían de aulas,
Ignoraban todo, eran sólo humanas
Que a puros reflejos se desarrollaban.

Contar a retazos, sumando los dedos.
¡Ah mis pobres manos tanto que sufrieron
antes de tu estancia , querido maestro!
Cuando ni una escuela había en el pueblo.
Y llegaste tú, a enseñar sediento
De ciencia, nosotros vivíamos hambrientos,
Nos diste tu mente, tus conocimientos,
Y luchamos juntos, aun mismo tiempo.

Y la noche oscura que antes era eterna,
Se volvió mañana, risa, primavera;
Hiciste el milagro, prendiste la hoguera
Que ilumina al hombre en su ardua tarea.
¿Cómo agradecerte querido maestro
todos estos años tus miles de esfuerzos?
Tu vasta ternura, tus días de desvelo,
Tu noble paciencia, tus sabios consejos.

Me faltan palabras, me sobra el aliento
Para dedicarte un bello recuerdo
Que vaya en mi pecho y en mi pensamiento,
Que me guíe en la vida en todo momento.
Ahora estás aquí frente a mí, en silencio,
Tal vez meditando que cambian los tiempos
Que avanza la ciencia, también sus secretos,
Que nosotros mismos estamos creciendo.

Pero estás aquí, sólo aquí y no dices nada;
Tu voz que en el mundo es oda sagrada,
Ha quedado escueta, tranquila, callada,
sin pedir aplausos, ni gloria, ni fama.
Sólo un epitafio recuerda tu nombre,
Una tumba sola y una cruz más pobre,
Un recuerdo magro de aquellos menores
Que bajo tus manos hoy se hicieron hombres.

Que tristeza maestro me aprisiona el alma
De ver esta tumba rodeada de calma,
Pero sola, sin voces de niños que a gritos te llaman;
Los pueblos sin alma ya no te reclaman.
Que ingrato es el pago de la especie humana,
De todos los pueblo y en todas las razas;
Hoy te vitorean si les haces falta,
Mañana, si mueres, ya nadie te extraña.

¿Dónde están los padres de los hijos? ¡Los que guiaste!
Los que bebieron agua de tu ciencia hasta saciarse,
A aquellos que de la ignorancia los sacaste;
No han podido o no han querido recordarte.
Legaste tu vida, sin premios, ni honores,
Quedaste hecho nada, ignorado y pobre,
Cubierto de tierra, que tu cuerpo absorbe.

Sólo una flor marchita es la ofrenda
Y una cruz olvidada y macilenta,
¡para tanto tributo que cobró la tierra,
que poco fue el triunfo que obtuvo la escuela!
Aquí estás, maestro, rodeado de olvido,
Venero de ciencia que yaces tendido,
Cual faro radiante que hubieran destruido;
Héroe sin medalla, gigante dormido.

¿Dónde están los que guiaste? ¡Yo pregunto!
Grito sin respuesta, se han quedado mudos,
Los rostros impávidos, los cuerpos enjutos;
Ni una sola frase se escucha en el mundo.
Y tu voz esa voz que recorrió la sierra,
La costa y el bosque cual grito de guerra,
Impregnada en los vientos, volviéndose eterna,
Llevando el mensaje de toda la ciencia.

Esa voz, maestro, que nadie recuerda,
Se queda contigo, al morir te la llevas,
Pero cuando alguien grite:
¿Dónde está el MAESTRO? ¡Héroe sin bandera!
Con orgullo inmenso y con voz serena:
“Lo tengo en mi espíritu _¡Nos dirá la Escuela!
“Lo tengo en mi seno” ¡Gritará la tierra!